Año 1985. Una joven enfermera, que había comenzado a trabajar un año antes, fue destinada con varias compañeras más a un hospital famoso por su amplia planta de Paliativos. Acostumbrada a los Centros de Salud y a los contratos en Urgencias, se vió de la noche a la mañana en una planta con pacientes que no tenían curación o era difícil que la tuvieran, en fase terminal, algunos en un estado deplorable.
A las tres semanas, un médico entró en la salita donde solían desayunar y les preguntó qué les pasaba, que las veía a diario con la cara larga, tristonas, sin la alegría y el bullicio con el que entraron. La enfermera de mi historia le respondió “Pero ¿tú estás viendo lo que entra por estas puertas, qué tipo de pacientes vemos a diario? ¿Cómo quieres que estemos contentas viendo que no podemos hacer nada, viendo a estos pacientes sufrir tanto, con la historia que cargan a cuestas y los familiares histéricos tocando cada dos por tres el timbre al más mínimo movimiento porque están desbordados por la situación?“
El médico miró al grupo, sonrió y les dijo que los sanitarios no sólo estamos para curar y mandar a la gente a casa en perfecto estado, sino también para acompañar en los malos momentos y paliar; que los enfermos no vienen como en las películas y las series, perfectamente aseados y con cara de “lechuguita mustia sin llegar a ser lechuga podrida”; que la vida real, con todo lo que implica, era lo que estaban viviendo, las historias que cuentan los familiares, los nervios de quienes no quieren “malgastar” sus vacaciones en acompañar al abuelo ingresado, los nervios de quienes no asumen bien que su padre, su madre, van a morir, los nervios de quienes a la más mínima tos salen corriendo porque temen que se muera en ese instante. Y ahi está la grandeza de la profesión sanitaria, ser capaz de comprender todo esto y dar un paso para ayudar a quienes están pasando por ese trago tan amargo, además de tener paciencia con los familiares hiperdemandantes y nerviosos.
¿Os ha gustado la historia? Esa enfermera era y es mi madre, quien me contó todo esto en un saliente de guardia infernal en el que yo estaba enfadada con el mundo.
Con esa familia como no vas a ser tu la gran persona+profesional que eres?
Lecciones de esas ¡todos los días! Cada vez os admiro más a los sanitarios…
Qué bonito… y cuánta razón!
Una historia muy bonita y un gran cosejo, que todos los médicos deberían aplicar. Entiendo que tiene que ser duro tratar con familiares de ese tipo, pero no cuesta tanto ponerse en su lugar y tratar de entender su situación; aunque por suerte la mayoría de los médicos lo hace (creo yo…).
Gracias por compartir la historia de madre.
Bego, que me sacas los colores
gracias!
Miriam, bastante bonito y realista a la vez, lo que mi madre me contó me hizo cambiar el chip y llegar a trabajar a diario con otra actitud
MerySnow, hay familiares de pacientes con los que hay que sacar el capote y la montera, ser pacientes y comprensivos, pero cuando estás desbordada de trabajo y estrés te dan ganas de darles un señor corte…pero ni puedes ni debes.
Muy buena entrada. La realidad, siempre tan alejada de la ficción.
Felicidades por el blog Sophie.
La realidad es la mejor escuela, la misma desesperación que inunda al maestro que llega al pequeño pueblo en su primer trabajo, y se da de frente con 32 pequeños salvajes, una clase llena de suciedad, y una pizarra. Adiós a tres años de estudios, prácticas, al método y a la pedagogía, bienvenido a la realidad. Es la realidad de todo empleado público, maestros, policías, bomberos, soldados, funcionarios, esos a los que los “españoles de bien” no quieren pagar con sus impuestos y se los quieren cargar, porque solo sirven para tomar café. Todos deben afrontar su primer día, solo necesitan una sobredosis de vocación y profesionalidad a prueba de lunes. Además otra cosa que la realidad te enseña, es que todos los familiares, los padres o el resto de la sociedad, que demanda que el empleado público le atienda, no son malvados, histéricos o patéticos. Cada uno tiene su pequeña historia, su pequeña tragedia, un dolor que asumir. Solo es necesario empatizar con ellos y asumir que cuando nos llegue el momento, tengamos la suerte de dar con alguien profesional como ellos razonablemente exigen.